Muchos autores parecen acometidos de un súbito ataque de modestia al escribir el prólogo de sus libros. No es este mi caso.
Para bien o para mal, solo una veintena escasa de mujeres paraguayas hemos publicado un libro, y aunque este sea, ¡ay! de recetas de cocina, lo ofrezco como una recopilación practica probada como buena y razonablemente completa, de las mejores recetas nacionales.
Mi intención es que este sea un primer paso. Que suscite la aparición de los otros, para, de este modo, rescatar del olvido progresivo a una de las manifestaciones de nuestra cultura, como es la cocina paraguaya. Más aun ahora que los medios de comunicación modernos y masivos van desdibujando los contornos de las nacionalidades, es deber y obligación de sus hijos mantener vivas tradiciones varias veces centenarias.
Un par de advertencias: no se busque refinamiento en el sentido «francés» del término. Nuestra cocina como nuestra raza proviene de dos vertientes duras y ascéticas; la castellana y la guaraní, y es su fiel reflejo. Es por esto, quizá, que para el gusto paraguayo el locro humeante sobre el inmaculado mantel blanco, el reconfortable so’o iosopy, el chipa fragante y la miel morena con el queso Paraguay, sean entre otros, la suma del refinamiento gastronómico.
En segundo término, debo hacer mención que figuran en este libro recetas internacionales que no son paraguayas en sí, pero cuya forma de preparación «a la paraguaya», durante muchos años, les ha dado ya casi carta de ciudadanía. Nadie puede dudar que las albóndigas, y un buen guiso, para no citar más que dos platos, preparados por una cocinera paraguaya, tienen un sabor distinto y particular, a pesar de ser, básicamente, la misma receta que en otras partes del mundo.
Por último, no puedo dejar de mencionar a esa pionera que fue la señora Raquel Livieres de Artecona. El hecho de publicar su libro hace ya cerca de medio siglo, habla por sí solo. Mucho se puede deducir del modo de la vida patriarcal de nuestros mayores, de la lectura de sus páginas.
Tengo pues la esperanza de que sea bien acogido este pequeño libro, que lleva en si un sincero mensaje de buena voluntad hacia mis queridas amigas, las amas de casa.
Muchos autores parecen acometidos de un súbito ataque de modestia al escribir el prólogo de sus libros. No es este mi caso.
Para bien o para mal, solo una veintena escasa de mujeres paraguayas hemos publicado un libro, y aunque este sea, ¡ay! de recetas de cocina, lo ofrezco como una recopilación practica probada como buena y razonablemente completa, de las mejores recetas nacionales.
Mi intención es que este sea un primer paso. Que suscite la aparición de los otros, para, de este modo, rescatar del olvido progresivo a una de las manifestaciones de nuestra cultura, como es la cocina paraguaya. Más aun ahora que los medios de comunicación modernos y masivos van desdibujando los contornos de las nacionalidades, es deber y obligación de sus hijos mantener vivas tradiciones varias veces centenarias.
Un par de advertencias: no se busque refinamiento en el sentido «francés» del término. Nuestra cocina como nuestra raza proviene de dos vertientes duras y ascéticas; la castellana y la guaraní, y es su fiel reflejo. Es por esto, quizá, que para el gusto paraguayo el locro humeante sobre el inmaculado mantel blanco, el reconfortable so’o iosopy, el chipa fragante y la miel morena con el queso Paraguay, sean entre otros, la suma del refinamiento gastronómico.
En segundo término, debo hacer mención que figuran en este libro recetas internacionales que no son paraguayas en sí, pero cuya forma de preparación «a la paraguaya», durante muchos años, les ha dado ya casi carta de ciudadanía. Nadie puede dudar que las albóndigas, y un buen guiso, para no citar más que dos platos, preparados por una cocinera paraguaya, tienen un sabor distinto y particular, a pesar de ser, básicamente, la misma receta que en otras partes del mundo.
Por último, no puedo dejar de mencionar a esa pionera que fue la señora Raquel Livieres de Artecona. El hecho de publicar su libro hace ya cerca de medio siglo, habla por sí solo. Mucho se puede deducir del modo de la vida patriarcal de nuestros mayores, de la lectura de sus páginas.
Tengo pues la esperanza de que sea bien acogido este pequeño libro, que lleva en si un sincero mensaje de buena voluntad hacia mis queridas amigas, las amas de casa.
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